El trabajo de Juan Downey esta ligado inconfundiblemente con sus raíces Latinoamericanas. Su obra denota una mirada más bien antropológica que artística, rescatando así los cimientos de los restos de cultura occidental que se encuentra en toda América del Sur, Centroamérica y una parte de Norteamérica. Más que interesarse étnicamente en nuestro territorio por algún problema en especial, su interés encuentra un fin al tratar de resolver su identidad, ya que sus constantes viajes entre Chile, su país natal, y Estados Unidos, lugar de residencia, fue mezclando paulatinamente influencias culturales de los dos países, sin hablar de los varios años en Europa.
Esta preocupación constante por su identidad y por los miles de problemas técnicos que pudo tener en sus viajes lo llevo a apoyarse de un medio no muy convencional, hablamos del video arte, del cual es considerado uno de los primeros y mayores exponentes de este medio audiovisual. Por lo cual, Downey se convirtió en un comunicador, lo que hizo alejarse del museo y de todas las complejidades que lo rodean y aproximarse al medio televisivo; herramienta fuerte y buena fuente de comunicación por las características rápidas entregando información.
La obra que sobreviene de este interés en América se da a conocer por los reiterativos viajes a esta parte del mundo. Travesías como la de 1973, en donde viajo desde Nueva York a varios países de Latinoamérica o cuando vivió con la tribu Yanomami en la selva Amazónica venezolana, abordando temáticas complejas y manteniendo una “…posición de comunicador cultural y antropólogo estético al aproximarse…”[1] a problemas de nuestra cultura.
Es apreciable que nunca aya perdido sus raíces, que hubiera un sentimiento parecido a una nostalgia por volver y que viviera siempre en contacto con su país y con sus alrededores. Mantuvo su interés despierto por la realidad política chilena, como por ejemplo: los tiempos de dictadura o las intromisiones de grandes corporaciones transnacionales que silenciosamente y parcialmente modificarían nuestra economía.
Todas estas aptitudes de gran aprecio y de una sobre preocupación que Juan Downey mostraba hacia Chile y Latinoamérica, en general, nos hace pensar en una necesidad de estar acá y de una contradicción al no poder realizar sus obras de la misma forma que lo hace en Nueva York. Hoy podemos darnos cuenta que existe redes que unen el trabajo y la residencia de Downey con América latina, el hecho que a este espacio geográfico se le ha llamado el patio trasero de Estados Unidos es referirse a una vida a la sombra del dominio gringo[2] del cual nace el problema de la multiculturización extranjera y que nos lleva a perder gradualmente nuestra identidad, actividades propias y todo tipo de formas vernaculares. Situando un ejemplo mas claro: nos podemos enfocar a lo que ocurre con la pérdida de las lenguas de los pueblos originarios. Si bien hay lugares no se ha perdido del todo o solo existen pocas personas que lo hablan, es cosa de años para que se extinga por completo, ya en Chile ha ocurrido teniendo en cuenta los 16 pueblos de norte a sur, incluyendo Isla de Pascua, ya se ha extinto más de la mitad y de los que quedan solo encontramos ancianos que la conocen y que no la han traspasado a las generaciones futuras y hasta ahora la que mas se habla es el Mapudungún que en rigor hasta las letras que lo componen son producto extranjero.
Es por los miles de problemas que ha tenido América que Downey se intereso en ella. Dejando un poco atrás sus ya sabidas raíces chilenas y encauzándonos más en la misión informativa que tubo al inmiscuirse, mezclarse en regiones que en su tiempo eran casi invisibles para el resto del avanzado mundo gringo y europeo. Esto se refleja en su obra Ojo pensante, en donde se interna en la selva Amazónica en Venezuela y vive por un año con la tribu Yanomami, en el catalogo de esta exposición se hace referencia a las retrasadas condiciones que coexistían en comparación a las ciudades o pueblos colindantes. Habitaban en la edad de piedra e incluso las hojas y lápices que Downey llevaba consigo para registrar en dibujo eran totalmente ajenos para ellos.
El registro de este pueblo fue un rescate, dar a conocer al mundo de su existencia y que aun se puede vivir de la misma manera en la que los colonizadores nos encontraron, no impregnándonos de todas las policulturas occidentales que fácilmente nos fueron quitando nuestra identidad. Actualmente quisiéramos dejar de ser un país tercermundista, aun que dentro de los parámetros político-económicos occidentales o mejor dicho globales, se cree que Chile es uno de los más avanzados de América del Sur. Sin embargo, para llegar a esta dudosa posición mundial hemos pagado precios muy altos y sobre todos nuestros pueblos originarios, que en lugar de ayudarlos y mantener viva su cultura se le ponen trabas, más aún, se le dificulta ya sea a base de discriminación, reubicación, matanzas y toda esa basura histórica que nadie habla, que no se cuenta y que se trata de ocultar. Esta gran herida que es comparable ha un xenofobia o a un racismo interno.
Downey al relatar o al exponer a Latinoamérica casi documentalmente también manifiesta los problemas que han tenido, a lo mejor no en el tiempo ni en los lugares. No obstante, es difícil no proyectar el pensamiento con los maltratos etnográficos impunes que nuestra imparable globalización ha causado. Nos damos cuenta de que América latina no solo nos une el espacio geográfico que cohabitamos, por hablar la misma lengua latina[3], por sus dictaduras si no que ahora por la humillación y desaparición de los pueblos originarios.
[1] http://www.fundaciontelefonica.cl/arte/downey Visitado el viernes 14/05/2010
[2] La palabra gringo es usada para describir a extranjeros que tienen dificultad para hablar castellano con naturalidad. Sin embargo, en algunos lugares de Latinoamérica se usa para referirse en exclusividad a Estados Unidos o a sus habitantes.
[3] Español, portugués, francés.
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